viernes, 4 de noviembre de 2011

Volver a Marca: fragua del lenguaje


Ricardo Musse Carrasco / Sullana

En medio de aquel silencio
el gatillo sonó y sonó
en medio de aquel silencio
                                                                                                       el casquillo rodó y rodó
y la pólvora se esfumó
y la guitarra nunca más
para Mí cantó.
Magaly  Solier.

   El 2007, Ricardo Vírhuez Villafane me obsequió su novela Volver a Marca, durante un encuentro de escritores en Tumbes. A raíz de la I Feria del Libro “Bernal 2009”, terminada ésta, la releí refugiado dentro de mi insular aposento sullanero. En Bernal nos reencontramos; obsequiándome su aforístico poemario Voces y su adolescente cuento Rumi y el pincullo mágico.
   Lo que más me llama la atención de su novela es cómo va articulando los requiebros y las dislocaciones sonoras de una oralidad transculturada; henchida ésta de vocablos fusionándose, confrontándose, sesgándose, a fin de testimoniar ásperamente lo vivido. Pues el que cuenta su inhóspita vidaprimera y vidasegunda (junto a sus épicos secuaces) es un redivivo bandolero, consumado arpista y trashumante negociante ancashino, conocido como Chihuillaco. Y su auditivo interlocutor -ya que éste no emite ni un solo fonema durante el despliegue textual- es su aculturado nieto Shellco, hijo del occiso Vasilio.
   Será porque para mí la literatura es fragua de lenguaje (aunque, obviamente, no sólo eso); asevero que la discursiva que Ricardo Vírhuez Villafane se impone, como desafío formal, es el registrar un código identitario. En él pervive aún el imperativo de reivindicar enunciaciones desdeñadas todavía por el canon literario oficial.
   La convulsionada temática que revela –entre líneas esa oralidad algo hermética pero al propio tiempo cargada de poesía, es la guerra civil acontecida, desde los años ochenta, entre los grupos alzados en armas y el Estado: la de autoridades, requería inevitables balas matadoras, y además. Nada de paz, te digo, lo aprendí, en mi piel, con cicatrices y torturas, y pues me hice perseguido. En todo caso, Ricardo Vírhuez Villafane evidencia el perpetuo conflicto entre los que detentan abusivamente el poder y los cíclicos desposeídos de la plena dignidad humana.
   El universo ficcional de Ricardo Vírhuez Villafane es ya inconfundible. Muchos de sus referentes son recurrentes en sus versátiles y profundas realizaciones discursivas. Y culmino este filial comentario a la novela corta de mi tocayo, refrendando estas contundentes sentencias: nada de fe, de palabra confiable ni de caballero: a ellos (a los enemigos) madrugarle su traición.

   Sullana, 7 de octubre 2009.

jueves, 13 de octubre de 2011

Violencia y erotismo en 'Volver a Marca'

Feliciano Padilla Chalco / Puno


“Volver a Marca” es una novela corta de Ricardo Vírhuez Villafane que registra dos rasgos básicos de la vida de Chihuillaco, un personaje redondo de la comunidad ancashina de Marca. El primero se refiere a la fabulación de una historia intensa, apasionada, pleno de contradicciones del personaje-narrador llamado Chihuillaco, que finalmente viene a ser la historia de la violencia en Marca. El otro aspecto retumba como caballo desbocado en la vida sensual y lujuriosa de Chihuillaco.

1. LA DICOTOMÍA VIOLENCIA - PAZ

El escenario de la novela es Marca, un lugar bellísimo, apacible, encantador, ubicado cerca de aquel otro paisaje increíble que el turismo nacional e internacional ha venido en llamar la “Suiza peruana”. La concordia y la paz parecieran saturar este ambiente de silencios infinitos y belleza seductora, donde todo es concierto de trinos y óleo de celajes indecibles, que suelen reproducirse en grandes fotografías que adornan las salas de cientos de oficinas o bibliotecas para brindar paz y sosiego a las personas. Los escenarios de “Volver a Marca” están bien representados; elaborados por una mano con largo oficio, que nos ofrece un mundo donde se mueven los personajes, sobre la base de breves pinceladas. Sin embargo, esta paz es un aspecto de la contradicción, porque detrás de estos signos se esconde la historia de expoliación de las comunidades asentadas en el vasto territorio ancashino.

En efecto, el viejo Chihuillaco, al final de su existencia, se encuentra con su nieto Shellco que ha retornado a Marca de manera imprevista, casi coincidiendo con la incursión violenta de los “alzados” a dicha comunidad, en medio de tiroteos, destrucción de edificios públicos y asesinato de autoridades, entre ellas, la del gobernador Vasilio, hijo de Chihuillaco y padre de Shellco. La violencia desatada no amilana al viejo que se encuentra postrado. Por el contrario, anima sus fibras más íntimas y enciende las llamas de su alma rebelde. Comprende los nuevos tiempos, los justifica, porque su corazón ha comprobado que la historia de Marca es una historia de injusticias y de violencia y que este hecho puede ser el inicio de una nueva etapa. Es entonces que Chihuillaco, desata las anudaciones de su prodigiosa memoria y utilizando un español andino entreverado narra a Shellco su historia de disconformidad y rebeldía frente a la ignominia cometida por hacendados, curas y autoridades de su zona. Y ahí van desfilando las experiencias de su niñez y su vida familiar, las causas de su éxodo a la metrópoli, su retorno a Marca, su vida de bandolero como respuesta a la situación miserable que sufren sus hermanos comuneros. Al parecer, esta evocación de hechos sangrientos lo hace para referirse con voz de hombre a los sucesos de la incursión a Marca. Es más, sospecha que Shellco ha llegado con ellos: “Dices, por último, que ya te vas. ¡No, Sergio, espera! Aguarda tu ímpetu, escucha. ¿Qué te vas a dónde? ¿Y de qué tierra viniste, qué hacías? Dime a mi oído. No es curiosidad de viejo; es querer conocimiento válido. No creas que sonso soy para no maliciar. Dime. Capaz tu silencio sea ley en ti...” (p.78).

En general, esta historia de violencia brota intensa y apasionada de los labios de Chihuillaco, un personaje arropado de poncho, pantalones y sombrero negros. Su caballo era igualmente negro y la gente lo motejaba Chihuillaco, por cariño. Ambos tenían por mote Chihuillaco y cuando aparecían por el valle o por las cordilleras como un semidiós vestido de negro, no se podía saber exactamente a quién llamaban Chihuillaco, hasta que el caballo muere en una emboscada en medio de una feroz balacera. La muerte del caballo arranca lágrimas del fiero rostro de Chihuillaco. Hombre y bestia habían protagonizado acciones inolvidables, asaltando haciendas, dando muerte a los abusivos, robando a los ricos para dar de comer a los pobres, en el contexto de un bandolerismo romántico, junto con el Ushico, Fabriciano y el Ramírez, igualmente apreciados bandoleros de la región.

2. LA DICOTOMÍA CAMPESINO ASEXUAL - CAMPESINO SENSUAL


El indigenismo y el neoindigenismo nos tenían familiarizados con personajes campesinos valerosos, trabajadores, respetuosos de los valores que reverencian y, en general, víctimas de una cruel explotación. En muchos relatos, cuentos y novelas, el indio se rebela y acomete organizadamente contra las injusticias. Los narradores peruanos han trabajado hasta ahí el perfil de sus personajes. Esta es una matriz que no ha cambiado mucho y se repite como una constante en famosas novelas y cuentos que no es del caso enumerar ahora. Pero, a decir verdad, se ha presentado al indio como a un ser asexual, virtuoso, inmaculado.

Sin embargo, Chihuillaco, el personaje-narrador de la novela “Volver a Marca”, es un campesino absolutamente sensual. La historia de violencia que le cuenta a su nieto Shellco está matizada con otras historias de desbocada sexualidad, porque en su narración incluye sus amores apasionados con las lindas chinas: Gaby, Rosalinda, Aurelia, Shella, Florlinda, Antuca, Eloísa, Neidina, Plascencia (que llega a ser su esposa), Balbina, la mujer del cura, y otras a quienes hacía el amor en las fiestas sin conocer sus nombres. Hubo en su vida de amante desaforado Marías, Carolinas, Zoilas e Isabelas, aunque él brindaba sus sentimientos más puros solamente a su mujer Plascencia, muerta en una emboscada, tal como después moriría su caballo negro Chihuillaco. Escuchemos de su propia boca sus conceptos sobre el amor:

“Ama a todas las mujeres que puedas, Shellco; no hay placer más puro y firme. Ámalas a todas, que te quieran sin daño. No es vicio, no es maldad, te digo. Que todo, en libertad de elección (...) Saborea Shellco las ricas comidas tantas, las variadas. ¡Y la música grata, Shellco! Maravilla de oír. Sí, y ama tu cuerpo, cuídalo, tan grande y lindo (...) Todo de la tierra es para querer, para gozar, para vivir encendido siempre. Y sobre todo, las chinas, Shellco; gózalas sin treguas, nada de cansancios...” (p. 78).

La presentación del indio asexual pensamos que puede ser una recreación maniquea que no corresponde a la verdad. Se ha tratado de presentarlo virtuoso, asexual, seguramente con buena intención; sin embargo, la historia de los “indios” que forjaron la cultura peruana es contraria a esta visión. Qué significado tiene, entonces, la pieza escultórica de cerámica conocida como la Venus de Nasca o esa pieza de orfebrería en oro de 24 kilates llamada la Venus de Frías (Frías está ubicada en la zona serrana de la provincia de Ayabaca-Piura), que en un sentido mágico-religioso servían para actividades propiciatorias de la fertilidad. Las culturas Vicús y Mochica igualmente exhiben un trabajo de orfebrería inigualable con personajes de rostros lujuriosos donde destacan enormes penes o cabezas de formas fálicas. La cerámica mochica está colmada de escenas sexuales; por ejemplo, hay una iconografía amorosa donde la viuda acaricia el sexo del difunto. En realidad, la cerámica de los antiguos peruanos muestra una cantidad notable de escenas donde se representa el acto sexual. El museo instalado en la Casa del Inca Garcilaso de la Vega del Cusco exhibe estatuillas de oro y plata pertenecientes a las culturas Chanapata e Inca, donde se observan a personajes varones con enormes falos o mujeres ostentando su natural voluptuosidad.

Algo más, en “Ritos y tradiciones de Huarochirí” de Gerald Taylor, libro elaborado sobre la base de las crónicas del extirpador de idolatrías Francisco de Ávila, las divinidades (no son demiurgos como los dioses cristianos) protagonizan algunas historias plagadas de extraordinario erotismo. Desde una perspectiva semiótica es necesario considerar la racionalidad que las soporta. La racionalidad es una forma de representar y conceptuar el mundo. Por tanto las escenas de “Ritos y tradiciones de Huarochirí” están relacionadas con la creación de la cultura y del mundo que sirve de escenario a esta forma de ser, sentir, pensar y hacer. La cultura es una realización social y refleja las actitudes, conductas, valores y conocimientos de una sociedad determinada; lo cual quiere decir que la sensualidad y el erotismo no eran tabúes, ni estaban prohibidos para nuestros antepasados.

Del libro “Ritos y tradiciones de Huarochirí” extraemos solo dos historias: Cuentan que la divinidad Chaupiñamca, en los tiempos antiguos andaba en forma de mujer y solía pecar con todos los huacas; pero no encontraba ningún varón a su gusto. Había un huaca varón llamado Rucanacoto. Los hombres (huacas) que tenían un pene pequeño le pedían a Rucanacoto que se los agrandaran. Era su especialidad. Así lo hacía, pero sin que alcanzaran el tamaño del suyo. Él, por tener un pene grande, consiguía satisfacer enteramente a Chaupiñamca, de lo cual se jactaba y decía a todos que era un varón auténtico y que solo con él iba a quedarse Chaupiñamca para siempre.

Otra historia hace alusión a la forma en que se realizaban las fiestas entre las divinidades: Los huacas bailaban desnudos para Chaupiñamca y esta viendo las vergüenzas de estos Dioses se regocijaba mucho.

Las preguntas que nos formulamos son: ¿De dónde viene la asexualidad del indio o campesino presentado como protagonista de novelas, relatos y cuentos? ¿La actitud sensual y lujuriosa de Chihuillaco, el personaje-eje de “Volver a Marca”, es atípica, extraña y artificiosa? ¿Su conducta no concuerda con los parámetros de la cultura de los antiguos peruanos? Ideológicamente ¿qué se esconde detrás de ese perfil del indio virtuoso y asexual? Me atrevo a decir que es fruto de una influencia feudal de larga data, que viene desde el tiempo de la colonización. Algo más, la actitud erótica del campesino Chihuillaco concuerda con la conducta sensual de los antiguos peruanos, que ligaban estos ritos a la productividad y a la fertilidad. Actualmente, todavía se registra estas actitudes en las fiestas de carnavales de las comunidades campesinas de los Andes.

Al concluir este artículo queda flotando otra pregunta más: ¿Cómo sería una conversación entre Candelario, el personaje de la novela “Canto de Sirena” de Gregorio Martínez, y este campesino Chihuillaco, ferviente defensor de su comunidad y amante desaforado de chinas hermosas y coquetonas? Se me ocurre que sería fantástico.

El por qué de 'Volver a Marca'

Entrevista con el autor